30 de noviembre de 2010

Serbia (Belgrado) y reencuentro en Sofía. Día 31

Día 31:

Partizan Playground
Me levanto alrededor de las 9.30 y voy corriendo a comprobar que el coche sigue en su lugar y sin “papelito”. Ok, ha habido suerte, pero llevaba un par de horas en situación irregular. Una multa hubiese detonado por los aires todo el presupuesto del viaje, que a estas alturas anda muy delicado. Nos despedimos del hostel, y nos dirigimos al centro de la ciudad. Belgrado es el mayor núcleo urbano por el que vamos a pasar en este viaje, con más de millón y medio de habitantes. La mezcla religiosa y étnica de Sarajevo deja paso a un ambiente más puramente europeo y el cristianismo ortodoxo como máxima influencia en Belgrado. Pese al largo dominio otomano que sufrió Belgrado con el comienzo de la Edad Moderna, no hay vestigios demasiado visibles.

Belgrado
Nuestro tiempo aquí es bien limitado, así que buscamos primeramente la Fortaleza de Kalemegdan que se erige en lugar privilegiado del centro. Por allí paseamos tranquilamente, disfrutando de perfectas vistas sobre el resto de la ciudad y viendo alguno de los edificios y monumentos que contiene (Torre del Reloj, el gran pozo, mausoleos, puertas de entrada en los muros…). El museo militar, desgraciadamente cerrado los lunes, me quedo sin verlo aunque me consuelo con las cosas que hay expuestas en el exterior. Una vez fuera de la Fortaleza, un paseo por la zona de la ciudad que queda a su sureste nos muestra el Belgrado más histórico. Muchas iglesias, algún que otro palacio, teatro, museos… etc. Me quedo con las ganas de visitar el dedicado a Nikola Tesla, el famoso inventor de etnia serbia.

Perro posando en un parque de Belgrado

Desde la Fortaleza. Ríos Sava y Danubio
A la hora de comer volvemos a la crepería que me había enamorado la noche anterior, muy cerca del Museo Nacional. Un último paseo, aprovechando que hace muy buen tiempo y que el periplo balcánico enfila ya sus últimas horas, y volvemos al coche y directos a la autopista. En uno de los peajes recogemos a un serbio que nos acompaña hasta la ciudad de Nis, y con el cual mantenemos una entretenida charla en la que nos explica algunas cosas interesantes sobre la actitud de los serbios tras lo sucedido en la década de los 90. Después de la citada ciudad (por cierto, lugar de nacimiento del emperador romano Constantino I El Grande), la cómoda autopista llega a su fin y deja paso a una bonita carretera que se sumerge entre un largo desfiladero que por momentos me recordó al que tenemos en Cantabria.


Conduciendo por el sur de Serbia

En la frontera con Bulgaria, nos piden… bueno, tal vez “pedir” no sea el verbo adecuado, pues la pregunta vino después de la acción. El caso es que se introdujeron en los asientos de atrás del coche dos señoras, trabajadoras de la aduana, y después un hombre nos dijo que si nos importaba llevarlas hasta Dragoman (ciudad búlgara a medio camino de Sofía). “Bueno oye, ya que están montadas, no les hagas bajarse”, qué le voy a decir. Las señorucas fueron todo el rato hablando de sus cosas, sólo les faltó sacar hilo y aguja y ponerse a hacer punto allí mismo.


Entre las montañas cerca de la frontera Serbia-Bulgaria
Y por fin, tras más de 2.000 km de viaje, llegamos a Sofía anocheciendo. Sentí una extraña sensación reconfortante al volver a sentir esas carreteras empedradas y esos fascinantes baches de medio metro de profundidad. “Ahhh… por fin en casa”, exclamé tras el primero que me comí. Yo creo que hasta el Golf lo echaba de menos… ¡un poco de acción, coñe!. Tras todos estos días, resultó muy curioso abrir la cartera y ver una vez más ese caos de diferentes monedas que uno ya no sabe ni a qué país corresponden. De hecho, no sólo hubo que utilizar el dinar serbio, sino también el marco bosnio, la kuna croata, el lek albanés, y el dinar macedonio. Aparte del propio lev búlgaro, y el euro, que es la moneda oficial montenegrina. Hasta siete tipos de monedas en mi cartera, que ocasionaron numerosas tropelías del estilo de intentar pagar en Bosnia con monedas de Albania, y cosas similares. Muchas veces lo que hacía era enseñar al dependiente el montón de monedas y que él mismo se sirviese, era lo más rápido.

Y Bulgaria de nuevo...

¡¡Reencuentro!!:

Al fin el trío junto...
Al llegar a casa, allí nos están esperando (tal y como estaba planeado minuciosamente) Pacas y Monroy, ¡¡al fin el esperado momento!!. Tenemos muchas cosas que contarnos, pero lo primero que sale a la palestra fue el relato de sus primeras horas en Sofía, bastante confusas. Llegaron sobre las 2.30 de la mañana y un taxista bastante chungo les llevó al Hostal que yo les había reservado en el centro. Al parecer el tipo fue un buen rato en dirección prohibida por calles de sentido único, lo cual ya empezó a escamar a los recién llegados. Posteriomente la bienvenida en el Hostal no fue mejor, pues parecía absolutamente vacío, hasta que un somnoliento recepcionista se levantó de pronto de entre las tinieblas y les saludó en el “familiar y cercano” idioma búlgaro. Subieron por unas escaleras de madera medio podrida a la habitación, donde unas cuantas cucarachas les estaban esperando con los brazos abiertos. El recepcionista les hizo entrega del sobre donde se contenían las llaves de mi piso, las cuales utilizaron a la mañana siguiente para instalarse allí y pasar una noche más. Aunque ellos ya tienen controlada el área periférica a mi piso, y sus principales tugurios de pizzas y kebaps, yo les quiero llevar cuanto antes a que conozcan el gran Ugo, donde nos damos un buen atracón y una buena ingesta de Kamenitza. Esta noche dormirán por última vez en nuestro piso, ya que es mañana cuando hemos quedado con la casera para alojarles en su nuevo hogar.

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